21/8/07

Oigo visiones

Por norma general, acostumbro a odiar los posts quilométricos en los blogs. Pero en éste caso haré una excepción que, creo, merece la contradicción.

Porque ando claramente confundido. Este fin de semana lo pasé, supuestamente, en La Puntilla, un bello paraje situado en la Costa del Sol salvadoreña. Y digo supuestamente, y en este punto pido la colaboración del navegante -para desenmarañar el misterio-, porque no soy capaz de discernir si realmente estuve allí o, por el contrario, se trató de un sueño, más que real, hiperreal.

A continuación me explico con todo el lujo de detalles posible y espero que, con todos los datos recabados, alguna alma más clarividente y experta, que se caracterice por un espesor de raciocinio mayor que el mío, arribe a la solución del conflicto en el que aún hoy, pasados los días, chapoteo: si fue verdura o fue ficción.


El sueño en cuestión, o la fantástica realidad, empezó sin ningún acontecimiento que despertara en mí la más mínima sospecha de lo que estaba por suceder. El trayecto hasta La Puntilla se desarrolló dentro de los parámetros de surrealismo que en El Salvador se entienden por normales, con los buses atestados de gente, las gallinas por compañeras de viaje, el mango fresco y la pupusa de queso y frijol.

Pero demos un salto mortal al recuento para situarnos en el primer grano en cuestión, el primero de los puntos que me abanican entre el sueño palpable y la realidad quimérica. Esto es, llegado a la costa, un rebaño de vacas en procesión pastando en la mera playa, celebrando un festivo pic-nic de las algas y las palmeras que la guerrera marea pacífica -no, no es un oxímoron, me refiero a la espiritosa marea del Océano Pacífico- regala a las arenosas orillas. Quizá fuese una manifestación vacuna.


El caso es que el repuñetero sueño, o la disoluta realidad, tomaron tintes zoológicos, pues en un abrir y cerrar de ojos se me presentó educadamente un majestuoso pelicano. Le faltó decirme “Buenos días, caballero bañista”. Sinceramente, lo más cerca que había estado de un pelicano había sido viendo la película Nemo. Y coincidiremos que no es lo mismo.


Para no robarle un ápice de misticismo al sueño decidí no moverme ni un milímetro, para no espantar al magnífico ejemplar, que seguía, apacible, a mi vera. De éste modo anduvo a sus anchas, regalándome un grandilocuente aleteo y una exhibición de pico y papada con engullimiento de pez incluido, folre i manilles. Luego de tanto espectáculo empecé a sospechar que todo fuese, efectivamente, un sueño más real de lo concebible. Y la sospecha sobrevino cuando, en un gesto aventurero, me dispuse a moverme para sorprenderme, quién iba a saber, con la reacción de la sospechosamente mansa ave. Y, eureka, no se inmutó y continuó, hasta que yo me cansé, paseándose y observando detenidamente, como el que va al zoo, a este ejemplar en bañador hawaiano que era yo. Con lo cual, añadimos otro pesito favorable más a la balanza ‘sueño’, que a estas alturas le ha sacado ya un terreno considerable a la bandejita ‘realidad’. (Los que llegados a este punto estéis ya decididos, podéis mandar un sms al 7777 con el texto A_SUEÑO o B_REALIDAD).

No creáis que la cosa termina aquí. Yo sigo pensando tercamente que todo fue real, pero aún existen otras evidencias que le dan toda la razón del mundo a Calderón de la Barca. Si la vida es sueño, se confirmó este fin de semana. Porque en esa hora definitiva en que aún es brillante el día, pero que por la brisa, el oleaje y los jodidos mosquitos se presiente que el atardecer ya llega, se apareció en el horizonte marítimo, entre una isla i una nube baja, bajísima, el arco iris más completo que jamás se haya dibujado en plastidecor. Era un semicírculo perfecto, enorme como una montaña mágica, que mostraba, cual papagayo vanidoso, cada uno de los colores del panacéico arco iris.


Lo más parecido que recuerdo en materia de arco iris, de hecho el único que había visto en mi vida, lo guardo de cuando, acompañado de papá, vi una pantagruélica semivuelta irisada en (aunque parezca una broma barata) la Avenida de Roma de Barcelona. Pero ya se sabe que los recuerdos infantiles tienden a mitificarse, por lo que presumo que el arco iris de La Puntilla sea un ejemplar único entre mil millones, por su perfecta definición y vivacidad de colores.

Cuando parecía que todo el pescado estaba vendido (iluso de mi) se hizo la noche, y con ella atracó en el mar la tormenta eléctrica más maravillosa que se haya podido ver. Digo yo. Ríete tu de piromusicales y tonterías varias porque, en La Puntilla, la cosa se tornó en una sinfonía lumínica de dimensiones sin parangón. Pero es que hay más. Estaba yo aturdido con semejante espectáculo cuando se me ocurre dar media vuelta. Ciento ochenta grados y, pum, cuál fue mi sorpresa que, tras de mí, a lo lejos, brotaban del horizonte otras dos tormentas eléctricas de tamaño -siendo parco en la adjetivación- excesivo. Resumo el panorama: yo en la arena, en bañador y al calor de la agradable brisa, sin una gota que aguara la fiesta, pero a mi alrededor, rodeándome la espléndida visión, tres tormentas de rayos sin truenos situadas al sur, noreste y oeste. A cada dos y tres segundos, un ramalazo eléctrico partía en mil pedazos una porción de cielo. El caso es que, insisto, allá donde yo me encontraba no caía una sola gota. No sólo eso, sino que, de forma incomprensible, se abrían las nubes al cielo para mostrarme una alfombra colgante con miles de estrellas dibujadas por todos lados. Y alrededor nubes y tormentas, y rayos que asustarían al más ciego.

Rayos y centellas!!

Ante tantas y tan orgásmicas visiones decidí hacer la maleta y terminar de despertar en un viaje de dos horas por la ruta 495, llegando a abrir los ojos, a las 14h del domingo, a San Salvador. Allí vi por televisión que el Sevilla le ganó 3 a 5 al Madrid, en el Bernabéu, con lo cual concluí que todo era, definitivamente, un sueño. Finalmente resolví que la mejor de las ideas era irse a dormir. Y soñé con la cruda realidad.

2 comentaris:

Anònim ha dit...

aquí també plou, però no hi ha dubte: la roba mullada a l'estenedor, el gesamí que balla i canta de content, els turistes deconcertats -n'he vist un fent-se cops de cap contra la paret- el carrer desert, gentada a les finestres.

Ni gallines, ni vaques pasturant, ni pelícans, ni arcs de sant martí.

Només l'èxtsi -tan real- de Barcelona a l'agost.

Molts petons transoceànics, Rül

Raül Calàbria ha dit...

... ah, el gessamí!!!

... diria que Barcelona m'espera amb la gola ben oberta per, de nou, engolir-me llastimosament. Malgrat tot, sempre queda el consol de saber que a casa m'esperen altres beatituds que la roda de la infortunia m'havia fet oblidar...

... com La rosa i el gessamí, una de les meravelloses cançons dels meus estimats Ia & Batiste...

... gràcies pel record involuntari. Altres tants petons transoceànics, Ve, que t'envio de polissons en un vaixell de càrrega