13/8/07

Tegucigalpa

La Catedral, vista des de la animada plaza Morazán

Tegucigalpa, última parada antes del regreso para El Salvador. La capital hondureña tiene algunos particulares que le dan un atractivo especial. El río que la divide y los cerritos que la contienen le dan un halo de pueblito apacible.

Menos reconfortante es la pista de aterrizaje del aeropuerto, se comenta que es uno de los más peligrosos que existen. Si uno arriba la cima de algunos de los cerros cercanos puede comprobar con estupefacción que la pista de aviación empieza justo donde terminan las casas, a la distancia de una uña.

Como tocaba terminar con los lempiras -moneda de Honduras- me sumergí en el enmarañado mercadillo diario de Tegucigalpa. Todo gangas, baratísimo. Me hice con una bolsa de viaje por tres dólares y me armé de ropa de segunda mano, de esa que me gusta tanto, chapada a la antigua. Camisetas a uno y dos dólares, al cambio.

Satisfecho por las económicas adquisiciones, me dispuse a volver al hostal. En el camino, uno va entendiéndolo todo un poquito más. Viendo la pobreza en las calles y, por encima de todo, a la gran marea de niños de la calle, provistos de botellas y bolsas de plástico donde esnifar cola; unos se pregunta sino es precisamente ésa la bota que les oprime. Plátanos a cinco centavos. Que yo esté pagando absolutas miserias por esos artículos, y que quizá ese sea el desequilibrio de la miseria.

Según cifras oficiales son 20.000 los niños que viven en la calle, de los que 2.000 en Tegucigalpa.